Cuando la conocí por 1981, hablamos sobre la posibilidad de construir un periodismo contracultural. Era una Córdoba donde todo estaba prohibido. Este es el adiós a Patricia Perea. A su vida, un dolor para ser comprendido.
Ayer leyendo en La Voz la muerte de Patricia Perea me sobrevino un vendaval de sensaciones. Obvio que muchas de ellas atravesadas por la pena o bajo nubes de tristeza. Sin embargo. En esa lluvia de sentimientos también cayeron recuerdos de emoción y afecto sobre un tiempo de juventud que compartimos y discutimos. La encontré por primera vez en el 81, y fue al comienzo del 82 en el que con fugacidad nos conocimos y entendimos hacia donde podían construirse por separado nuestros caminos. Empezamos hablar sobre la posibilidad de un periodismo contracultural desde Córdoba, una ciudad en la que cada chica o muchacho que mirábamos a nuestro alrededor trabajaba sobre su autorealización, o bien pugnaba por una vida de comunidad y conocimiento. Era un tiempo en donde todo estaba prohibido. Y en el que todo lo que podías lograr era producto quizá de tu carácter y de una voluntad indeclinable a cambiar las cosas.
Ayer leyendo en La Voz la muerte de Patricia Perea me sobrevino un vendaval de sensaciones. Obvio que muchas de ellas atravesadas por la pena o bajo nubes de tristeza. Sin embargo. En esa lluvia de sentimientos también cayeron recuerdos de emoción y afecto sobre un tiempo de juventud que compartimos y discutimos. La encontré por primera vez en el 81, y fue al comienzo del 82 en el que con fugacidad nos conocimos y entendimos hacia donde podían construirse por separado nuestros caminos. Empezamos hablar sobre la posibilidad de un periodismo contracultural desde Córdoba, una ciudad en la que cada chica o muchacho que mirábamos a nuestro alrededor trabajaba sobre su autorealización, o bien pugnaba por una vida de comunidad y conocimiento. Era un tiempo en donde todo estaba prohibido. Y en el que todo lo que podías lograr era producto quizá de tu carácter y de una voluntad indeclinable a cambiar las cosas.
A nivel intelectual, la energía rebelde o simplemente la pasión
inconformista, se compartía con búsquedas que iban desde las lecturas a
Thomas Merton hasta Gurdieff y Ouspensky; de Las Enseñanzas de Don Juan,
de Carlos Castañeda a todos los orientalismos pasibles -llamase
Budismo, Sufismo, Taoismo... -, desde las Vanguardias artísticas hasta
los filósofos existencialistas, desde las más variadas experiencia
pseudo naturales y holísticas a las terapias de la Misericordia y la
vuelta a la realidad, desde el Che al Ser y la Nada. En alguna de esas
calles o bares nos encontramos con Patricia. Quizá se pueda llamar a
todo ese tiempo seminal y de locura como el cimiento de lo que es hoy la
Diversidad Cultural. Y obviamente que esa ensalada de pensamiento y
actitud tenía un correlato sonoro y sensible. Esa banda sonora era lo
que considerábamos La Música Progresiva, constituida por el rock, el
jazz contemporáneo, el rock nacional, el folklore y Piazzolla.
En
ese naciente de diversidad cultural, Patricia consiguió clavar alguna
estaca desde lo contestatario. En ese momento se podía empezar fundando
alguna revista underground -como Artemio-, o se aspiraba a conseguir el
titulo de corresponsal de algún medio de Buenos Aires, lo que
significaba poco menos que tocar el cielo con las manos. Fueron los años
del 76 hasta el momento de la Guerra de Malvinas. Fue el tiempo en que
las convicciones anti burguesas reposaron un momento en lo ideològico, y
en el que la revista Mutantia representó una de las avanzadas de las
búsquedas espirituales, ecologistas y anti sistema. Patricia encontró un
espacio en el Expreso Imaginario, que utilizó para escribir y dirimir
sus diferencias con la cultura reinante a partir de las reuniones
masivas que en aquel momento se producían alrededor de las bandas de
rock nacional que llegaban de Buenos Aires, teloneadas por grupos de
Córdoba. Fue entonces que su intransigencia intelectual colisionó contra
la banda de un Charly Garcìa retratado más en plan de estrella pop, que
el Charly posterior a Clics Modernos. Allí empezó todo -o terminò
todo-.
Garcìa escribió su canción Peperina diseñando una visión un tanto
despiadada de la chica que lo criticó, la canción dio titulo al nuevo
àlbum de su grupo Serú Giran, sobrevino el mito falso como otros tantos
mitos de la vida argentina, hasta la humillación fílmica que representó
la película protagonizada por Andrea del Boca. Patricia, que se abrió a
la diversidad y la búsqueda de una vida plena desde el pensamiento, tuvo
que empezar a lidiar con una vida que no era suya y, para peor,
construida como el personaje estúpido de una canción made in Buenos
Aires.
Pienso en la canción de Alice In Chain que describe la existencia
como un peregrinar sobre mentiras mal contadas, atravesando el tiempo y
librando batallas en soledad y sin nadie a quien llorar. Sé que a
través de los años Patricia encontró aliados en la poesía y en la
filosofía. Podríamos preguntar más cosas de ella a Martín Carrizo,
biógrafo del rock cordobés, amigo y gran colaborador de Patricia. Pero
nadie nos podría contar sobre el padecimiento de acarrear con el
estigma del mito y el mote de Peperina. Del confinamiento o marginalidad
intelectual, con la soledad de mujer, incluso con las percepciones de
mujer pasada de moda. Podría sintetizar su vida como un dolor para ser
comprendido. Pero prefiero evocar aquellos años, mirarla, sentir
curiosidad y preguntarme quién es esa chica.