


Sorprendente. Intento supremo de reflexión. Cadáver
exquisito. Deseo autorreferencial. Entre el mundo del cementerio y el mundo mágico
de una canción potente de rock. Ahora David Bowie, el rebelde re re rebelde, mira la vida desde sus siete décadas de amor
por la juventud eterna con ojos de
veteranía. Raro,no? La idea de la muerte le sienta bien. Algunos piensan que
ese disco no debería haber ocurrido. Y de verdad hay temas que son un fiasco.
Sin embargo, contiene canciones que son sencillamente tremendas. Así parece funcionar este nuevo dispositivo hard
rock que te conecta con la historia más que con el futuro, aunque se llame The Next Day. Un tema interesante con
resolución insustancial que dice “quién hubiera soñado que una chica de pueblo
sería el jefe de mí”, y una composición colosal como “Vas a poner al mundo en
llamas”. Otra magra estupidez llamada Dirty Boys y una canción para
reverenciarlo con el título Love is lost.
Así parecen ser las cosas a los 66 años con Bowie. De Héroe y Vampiro a
antihéreo y muchacho adulto que se pasea por la vida como si fuera un hotel de
lujo y él en los zapatos de un turista solitario. Pero el viaje sigue, y el
próximo párrafo tiene mejores canciones…
Luego de 10 años de silencio, tras aquel certero ataque al corazón durante un concierto e Alemania, el nuevo disco de Bowie no tiene aroma a whisky, champagne, sexo, drogas ni maquillaje, ronda más bien un perfume de flores de cementerio. Pero no hay ningún funeral en ciernes, aquí siempre la muerte da paso a la vida presente. Ominosa, densa, pero la vida al fín como sucede en las dos majestuosas baladas que le valen una merecida devoción es el caso de Te sientes tan sola que puedes morir, o Donde estamos ahora. Una más tristemente evocativa que la otra. Pero ambas destilan la amargura hasta volverla meditación. En ellas clava el argumento del álbum: “he visto mi cadáver”, dice como asegurando que ha trocado sus máscaras para vivir el próximo día sin negociar la grandeza de sus conquistas. Precisamente, desde aquellos momentos sublimes en los que cada álbum rebatía al anterior y llevaba su música por caminos distintos, resuenan The Stars (Are out night) -un guiño a la vida de celebridad y a los pecados de la fama- y Valentine Day, que nada tiene que ver con el amor, sino que es una dura alusión a los asesinos de niños.
En consonancia con lo que dice, la
guitarra arrastra una densidad y adherencia a la melodía que, al ritmo del tema
su sonido es capaz de pavimentar las calles de un barrio en el desierto. La voz
de Bowie también se muestra generosa, bastante reflexiva y en ocasiones hasta
torturada. Se lleva muy bien con las guitarras. Y por supuesto, el productor
Tony Visconti armó una base musculosa de tambores repicantes y bajo punzantes
como en discos anterior. Para los fanáticos, están claras las vinculaciones a
Héroes, Low, Scary Monsters, y diría también a Diammonds Dogs, Ziggy
Stardust y hasta algún elemento de la malograda Tin Machine.
Hay momentos del álbum que en los que el infortunio de algunas
letras y de los que se cuenta hace mella e el resultado de las canciones. Se
desvanece en las pomposas declaraciones como en la antibelicista Has visto como
crece la hierba. No obstante, uno de los
pocos momentos alegres del disco, Danzcing
Out the Spice, lleva otra vez el disco a lo más alto. Y termina de
agrandarse en el concepto de tapa que toma la carátula del disco Heroes y cubre la cara de Bowie como
censurándolo y aplicando le la frase que da nombre al nuevo álbum The Next Day. Sí el día después del
héroe.
Bowie expresa una idea inteligente, es su compendio de
situaciones y frases sombrías, que no se proponen glorificar la muerte, sino
exhibir su carácter inevitable en las formas más inesperadas tal cual se ha
manifestado al cabo de la historia –guerras, desencantos , locura, desamor-
asesinatos, masacres. Pero no se trata de un estado de misericordia ni un
clamor por redención lo que demanda El
Próxima Día. Más bien es relato vivo del anuncio que cualquiera de nosotros
puede por pasar por el lugar equivocado
el día y la hora indicada. Lo dice alguien embotado por la fama, mimado por la
cocaína y el lujo, que ahora parece decidir quitarse definitivamente las plumas
del innovador y el glamour de la salamería para sentirse confortable con su
pasado y con un presente controlado, alejado de toda desolación no sin una
dosis de nostalgia. Dicho en otras palabras, Bowie, que siempre recibió lo que
le daba la gana demandar, ahora le interesa recuperar sólo lo que un tipo de 66
años necesita.
Pero tengamos cuidado, nada es definitivo y la limusina
puede arrancar por una noche más. Y Bowie el rey de los camaleones vivientes,
aún con un corazón magullado, puede
ofrecer otra mutación: la un vampiro con ojos ardientes y dientes de serpiente,
antes de bajarse del tren que lo lleve a
una estación de luz.