martes, 25 de diciembre de 2012

VAMPIROS RURALES 8 (Por Perro Deluxe)


  Un perfume como destilación de miel y amanecer. Son las 5 de la madrugada. Luciérnaga trasnochada. Silueta con luz que todavía se enciende en la agonía de El Deseo. Es Katy, cuyo perfil custodia e ilumina todas las formas y todas las sombras del humilde bar. Tritura el sueño de todo ser vivo que deambula por allí ofreciéndole hasta su último aliento. Inocencio, que llegó hace un momento, es uno de los dos destinatarios que mira el escote de la blusa de Katy como si fuera un cofre lleno de diamantes. De seguro que le gustaría meter la mano y acariciar una de esas perlas, pero… El otro beneficiario es un chango joven que a la legua uno puede entender que es el único cliente del bar en las últimas tres horas. El pibe también apura su última cerveza como quien toma un trago luego de haber cruzado a nado un mar de placer. Se nota que la corriente le ha dejado marcas en los brazos y cerca del cuello. Pero él las luce como trofeos de la noche, y allí sentado parece custodiar aquel momento de pasión que más tarde ineludiblemente se le escurrirá como agua entre sus dedos.
Katy ha regresado al bar luego de seis meses. Por donde anduviste, le pregunta Inocencio. Por allí, dice la chica que dos años atrás, cuando tenía 16 empezó a servir en las mesas y a tener algún amor con algún cliente. Parece que decidió buscar un horizonte más esperanzador fuera de aquí, pero esa búsqueda sufrió un cambio de planes. Vaya uno a saber qué destino le espera. Y vos Inocencio, en qué andas. De vacaciones por el momento. Viendo qué se puede hacer, dice nuestro amigo como si fuera un agente de bolsa que deja la venta de bonos y se apresta a especializarse en otro tipo de asesoramiento. De hecho que no da para confiarle que trabaja como consejero y asesor de un buscador de vampiros rurales. Que está metido hasta las orejas con el rastreo de Dràculas agropecuarios, pero confesar eso sería como afirmar que trabaja de personal trainer de fantasmas.
Inocencio pide una Quilmes para llevar, y una petaca de whisky. Te vas de fiesta?, pregunta Katy. Recibe una sonrisa como respuesta, pero en realidad Villanueva es capaz de pagar lo que no tiene para llevarla de invitada exclusiva. Una o dos preguntas que van y vienen. Cierra la conversación. Camina las tres cuadras hasta su casa. Piensa para sí que entre lavar la herida con alcohol, mejor es con whisky, pues se ha dado el caso que a muchas personas el dolor les ingresó por una lastimadura, luego le embargó todo el cuerpo de pena, nostalgia y soledad. No vaya a ser que le ocurra lo mismo al Señor B, quizá el whisky frene toda esa cuestión y la pena tome rumbo desconocido. Abrió la puerta de su casa, destapó el escocés y tomó un sorbo. Se refrescó con  otro de cerveza, se desplomó sobre un sillón en la cocina. Por fin todo ha dejado de existir por un momento.
Son las 11 de la mañana, Inocencio se levanta y se dirige al dormitorio para ver al dañado. Lo despierta, le obliga a tomar otra pastilla, en realidad, dos. El enfermo vuelve a dormirse. El también, en un colchón que ha tirado al suelo. Los cuerpos parecen adaptados al descanso. Pasan la siesta, la tarde y parte de la noche durmiendo el sueño de los justos. Parecen petrificados. Hasta que las molestias empiezan a aullar desde la pierna del Señor B. Ambos se enderezan, tendrías que ir a la farmacia y comprar el más fuerte de los antiinflamatorios. Inocencio sale como un bombero. Vuelve con una caja de Dioxaflex con piridinol y Diclofenax gel, pero antes realiza una parada en El Deseo. En el patio del bar están asando una descomunal parrillada. Pide cuatro choripanes y dos cervezas para llevar. Un puré de cebada tocino y dicofenac sódico para los estómagos. Antes que la pena entre, mejor ocupar el lugar con química, embutidos y fermentos por nuestra propia cuenta.
Por lo visto, el Señor B no puede moverse para ningún lado. Mientras Inocencio Villanueva limpia su agonía y su lesión, se nota una manifiesta mejoría. El escudero no había tomado debida nota del estado de “B”, y se sorprende al ver su cuerpo que se parece a un mapa hídrico con tantas lastimaduras, arañazos  y magullones. Y ese raspón en la frente? Fue antenoche, cuando llevé por delante una rama. Y todas esas lastimaduras? Al cruzar el alambrado. Y esos arañazos? Esos fueron el otro día, cuando decidí ir solo en la moto siguiendo unas huellas. Me interné en un campo, hasta que de repente detrás de unos árboles salieron dos dogos para atacarme. Corrí como una liebre. Primero me caí y me raspé todo el hombro –que aún me duele- y luego cruce el alambrado sin sangre, y las púas me dibujaron todo un sistema de ríos y lagos, sonríe el Señor B.

Inocencio también sonríe, pero le inquieta saber la razón de tanta erosión en el cuerpo, el motivo de esta profusión de grietas, desgarros, parece un gato que vuelve de una sangrienta aventura de apareamiento. No entiende esta suerte o especie de auto flagelación. Es como si escapara de algún tipo de sadismo al que está dispuesto a enterrar.
Mientras su escudero termina de curarlo. El Señor B le sugiere que vaya al otro pueblo por sus cosas. Qué te parece si en lugar de pagar cada día de hotel, te doy el dinero a vos y tiro un colchón aquí. Estaría bueno, dice Inocencio, que rápidamente hace cuentas mentalmente y cuyas cifras luego del signo igual es de más dos mil pesos. Además, dice B, puedes quedarte con lo que gustes de todo lo que encuentres en mi habitación de hotel. Bah, me refiero a algunas camperas, máquinas de foto, un I Pad… no eso mejor que no, bueno después arreglamos ese tema. Inocencio agrega mentalmente otro signo más a su operación. Mañana voy y arreglo todo, dice el ladero. Quiere descansar? Pregunta obligada luego de tanta amabilidad de su amigo. Puede ser, pero también me gustaría escuchar un rato la radio. Inocencio trae su equipo, enciende la FM y dice que a esta hora suele haber un programa con un locutor que se transa a las viejas al aire. Ese es el que quiero escuchar, dice el Señor B.
Mientras comparten choripanes y cervezas, el programa con éxitos del 70 los sorprende con “Money”, la insuperable obra de los Pink Floyd que escribió Roger Waters, y que al grabarla fue modificada por David Gilmour y llevada a un compás de 7/4 que refuerza un matiz bluseado y la convierte en una inolvidable ironía sobre el dinero que corrompe todo. Quizá hasta los mismo creadores.
Obviamente que en el contexto del programa este tema no adquiere ninguna relevancia. A tal punto que el locutor corta la versión unos segundos antes de concluir para anunciar que va a complacer a una oyente con “Do you think I´m Sexy”, por Rod Stewart. “Ah, la que pidió el tema es Paula, la chica del Molino”. El Señor B e Inocencio se miraron y fruncieron el seño. Paula sigue siendo un enigma para ellos.     
El señor B pide otra canción de Rod Stewart, la balada “You're in my heart”. Paula contesta desde el otro lado de la radio afirmando que le gusta mucho esa canción. Y que comparte el gusto de quien la pidió. Entonces ella sugiere que del locutor haga girar el disco “Lotta love”, NIcolette Larson. “Sé que es un tema difícil de encontrar”, se disculpa Paula al aire, a lo que el presentador responde, “no hay tema difícil de encontrar, ni de hablar, ni de compartir para mí. Para ce que usted es una oyente nueva y creo que de lujo para mi programa. Por supuesto que tenemos ese tema de la chica que murió muy joven, a las 45 años…”. Y continúa hablando mientras empieza a sonar aquel estupendo Rock, Pop mezcla de Rhythm and Blues que escribió Neil Young y que marcó un debut torrencial para la intérprete que jamás pudo igualar con otro éxito. El tema dice “Va a hacer falta mucho amor para cambiar las cosas como son. Va a hacer falta mucho amor, o no vamos a llegar muy lejos… Va a hacer falta mucho amor, para poder atravesar la noche… y porque mi corazón no necesita estar solo”.
A esta altura de la noche, cualquier bala perdida va derecho a incrustarse en el corazón del Señor B. Hasta un caballo desbocado y furioso, ciego a mil galopes por segundo, se detendría en seco frente al Señor B y permanecería allí manso y tranquilo. Es obvio que Inocencio disfruta del programa, pero al Señor B la canción le ha pegado en el ojo de las sensaciones. En el corazón de su sus ambiciones de paz y tranquilidad a cualquier precio… Están los dos tipos acostados en la misma habitación –la única de la casa se puede decir- escuchan la radio como dos estudiantes secundarios de la década de los 70´, uno que se ha quedado a dormir en la casa del otro. Escuchan los dos, pero uno de ellos sabe que hay algo en el cielo que alumbra más que un relámpago en la noche oscura, que hay más deseos en el náufrago que construir una balsa. La frase “va a hacer falta mucho amor, porque mi corazón necesita protección”, le ha despejado la niebla que le oculta la buena estrella, le ha hecho ver el grano de trigo que impide que fluyan todos los manantiales de sus sentimientos.

El señor B llama a la radio como quien llama a un ángel para ir a una fiesta. Le dice al locutor que le encanta el programa. Le explica que disfrutó muchísimo con el tema que difundió hace un instante. Y le sugiere que bueno estaría complacer el deseo de continuar con la versión original de “Backer Street”, el tema del recientemente fenecido Gerry Rafferty que habla de un muchacho que camina por la calle de Sherlock Holmes destilando su iracundia en un mundo que le es extraño. El presentador sabe que el programa viene bien con la participación de la gente. Huele que hay algo en ese interés de los oyentes por aportar una canción, de juntar su tema con el de otra persona. Dice al aire que los temas “están bien elegidos”, mientras seguramente los busca en su computadora la obra del músico británico británico que vendió ocho millones de álbumes, que fue grabada por innumerables bandas de rock y orquestas de música clásica, que la interpretaron hasta en Los Simpson, y que le permitió cobrar 100 mil libras esterlinas al año por derecho de autor durante el resto de su vida que terminó hace un par de veranos.
El Señor B estaba tomando cerveza en la playa un martes cerca del mediodía cuando se enteró que Rafferty había muerto. Leía el diario en su celular y allí se encontró con la noticia. De inmediato tomó la cerveza y pidió un whisky a la memoria del difunto. Esa canción lo había acompañado en innumerables noches y madrugadas de su adolescencia, imaginando como sería el mundo y como tomarlo. O evitarlo. O conquistarlo. Pero jamás padecerlo. Sin embargo el mundo da vueltas, te lleva a pensar que lo conquistas, luego que lo padeces, después que puedes evitarlo… y así. Los recuerdos saltan como la luz de las luciérnagas, de la misma manera en que se desvanecen uno tras otro en la habitación. Ninguno habla, lucen como si estuvieran tirados a la orilla del camino. En silencio. Escuchan la radio, que parece que fuera la única que respira, y que respira por ellos. Que piensa por ellos. Que habla y siente por ellos. Se les incrusta entre el cuero cabelludo y el casco. Debajo de las yemas de los dedos, a uno y otro lado de la columna. Están relajados sobre sus colchones. No sienten miedo de nada, ni apuro ni obligación de ninguna índole. Vaya uno a saber que le ha pasado. Si esas pastillas para perro, el whisky, la cerveza, los antiinflamatorio, una conexión con alguien, inconsciente, pero están relajados sobre sus colchones escuchando en la radio el tema que pidieron. La canción es muy emocional e intimista, pero suda gotas de nihilismo. Está embebida de un fuerte tufo existencialista.  La hija de Gerry Rafferty dijo que en el momento de componerla, leía el libro del escritor inglés Colin Wilson. “Luz sobre tu cabeza y muerte en tus pies… esta ciudad desierta de gente sin alma te hace sentir tan frío… y te está llevando tanto tiempo descubrir en que te estás equivocando…  Decían que era tan fácil… un año más y serás feliz, sólo un año más y serás feliz, pero todavía estás aquí llorando...”, le traduce El Señor B a su anfitrión. Y no está muy equivocado, dice Inocencio.
Mientras El Señor B duda en llamar a la radio para agradecer el tema, en enviar un saludo a esa tal Paula que los tiene en vilo, o terminar de traducir la canción  a su amigo, Inocencio acostado en el suelo descubre otra botella de whisky debajo de la cama. No duda en abrirla y convidar. Propone un brindis por todo lo mejor que podamos recordar de nuestras vidas. Y a propósito, de qué se acuerda Ud. de su vida y de sus amigo -le dice como al pasar. El señor B toma un sorbo gigante de whisky y dice que al igual que Rafferty, siempre ha estado en crisis con los amigos y con los trabajos. Que desgraciadamente muchos han tenido que lidiar con las mentiras del caso. Y que es probable que sus amigos no estén en nada consagratorio o liberador. Lo más probable es que se encuentren en pugna con alguna fantasía. Como lo hace uno. Lo único serio y concreto que hay en el mundo es el poder.

Le parece?, pregunta Inocencio. Mira, Todo lo que tienes, tarde o temprano acaba teniéndote a vos. Acaba siendo tu dueño. Tienes un vicio que lo disfrutas. Luego te jode la vida obedeciéndole. Tienes un hobby y tarde o temprano te pone a sacar terribles créditos. Tienes un perro que amas. Y al final te conviertes en su esclavo. Acaba siendo tu dueño. Tienes una chica que es bella y te hace feliz, hasta que…
Alguien golpea la puerta del patio con inusitada insistencia. Los perros no torean. Quién podrá ser, voy a ver, dice Inocencio mientras se incorpora. Cuando vuelve, aparece con la cara entre sorprendido y travieso. La que golpeaba era ella, creo que una nueva pensionista por esta noche. Le presento a Katy, la chica del bar.