
Katy ha
regresado al bar luego de seis meses. Por donde anduviste, le pregunta
Inocencio. Por allí, dice la chica que dos años atrás, cuando tenía 16 empezó a
servir en las mesas y a tener algún amor con algún cliente. Parece que decidió
buscar un horizonte más esperanzador fuera de aquí, pero esa búsqueda sufrió un
cambio de planes. Vaya uno a saber qué destino le espera. Y vos Inocencio, en
qué andas. De vacaciones por el momento. Viendo qué se puede hacer, dice
nuestro amigo como si fuera un agente de bolsa que deja la venta de bonos y se
apresta a especializarse en otro tipo de asesoramiento. De hecho que no da para
confiarle que trabaja como consejero y asesor de un buscador de vampiros
rurales. Que está metido hasta las orejas con el rastreo de Dràculas agropecuarios, pero confesar
eso sería como afirmar que trabaja de personal trainer de fantasmas.
Inocencio
pide una Quilmes para llevar, y una petaca de whisky. Te vas de fiesta?,
pregunta Katy. Recibe una sonrisa como respuesta, pero en realidad Villanueva es
capaz de pagar lo que no tiene para llevarla de invitada exclusiva. Una o dos
preguntas que van y vienen. Cierra la conversación. Camina las tres cuadras
hasta su casa. Piensa para sí que entre lavar la herida con alcohol, mejor es
con whisky, pues se ha dado el caso que a muchas personas el dolor les ingresó
por una lastimadura, luego le embargó todo el cuerpo de pena, nostalgia y
soledad. No vaya a ser que le ocurra lo mismo al Señor B, quizá el whisky frene
toda esa cuestión y la pena tome rumbo desconocido. Abrió la puerta de su casa,
destapó el escocés y tomó un sorbo. Se refrescó con otro de cerveza, se desplomó sobre un sillón
en la cocina. Por fin todo ha dejado de existir por un momento.
Son las 11
de la mañana, Inocencio se levanta y se dirige al dormitorio para ver al
dañado. Lo despierta, le obliga a tomar otra pastilla, en realidad, dos. El
enfermo vuelve a dormirse. El también, en un colchón que ha tirado al suelo. Los
cuerpos parecen adaptados al descanso. Pasan la siesta, la tarde y parte de la
noche durmiendo el sueño de los justos. Parecen petrificados. Hasta que las
molestias empiezan a aullar desde la pierna del Señor B. Ambos se enderezan,
tendrías que ir a la farmacia y comprar el más fuerte de los antiinflamatorios.
Inocencio sale como un bombero. Vuelve con una caja de Dioxaflex con piridinol y
Diclofenax gel, pero antes realiza
una parada en El Deseo. En el patio del bar están asando una descomunal
parrillada. Pide cuatro choripanes y dos cervezas para llevar. Un puré de
cebada tocino y dicofenac sódico para los estómagos. Antes que la
pena entre, mejor ocupar el lugar con química, embutidos y fermentos por
nuestra propia cuenta.
Por lo
visto, el Señor B no puede moverse para ningún lado. Mientras Inocencio
Villanueva limpia su agonía y su lesión, se nota una manifiesta mejoría. El escudero
no había tomado debida nota del estado de “B”, y se sorprende al ver su cuerpo
que se parece a un mapa hídrico con tantas lastimaduras, arañazos y magullones. Y ese raspón en la frente? Fue
antenoche, cuando llevé por delante una rama. Y todas esas lastimaduras? Al
cruzar el alambrado. Y esos arañazos? Esos fueron el otro día, cuando decidí ir
solo en la moto siguiendo unas huellas. Me interné en un campo, hasta que de
repente detrás de unos árboles salieron dos dogos para atacarme. Corrí como una
liebre. Primero me caí y me raspé todo el hombro –que aún me duele- y luego
cruce el alambrado sin sangre, y las púas me dibujaron todo un sistema de ríos
y lagos, sonríe el Señor B.
Inocencio
también sonríe, pero le inquieta saber la razón de tanta erosión en el cuerpo,
el motivo de esta profusión de grietas, desgarros, parece un gato que vuelve de
una sangrienta aventura de apareamiento. No entiende esta suerte o especie de
auto flagelación. Es como si escapara de algún tipo de sadismo al que está
dispuesto a enterrar.
Mientras su
escudero termina de curarlo. El Señor B le sugiere que vaya al otro pueblo por
sus cosas. Qué te parece si en lugar de pagar cada día de hotel, te doy el
dinero a vos y tiro un colchón aquí. Estaría bueno, dice Inocencio, que rápidamente
hace cuentas mentalmente y cuyas cifras luego del signo igual es de más dos mil
pesos. Además, dice B, puedes quedarte con lo que gustes de todo lo que
encuentres en mi habitación de hotel. Bah, me refiero a algunas camperas,
máquinas de foto, un I Pad… no eso mejor que no, bueno después arreglamos ese
tema. Inocencio agrega mentalmente otro signo más a su operación. Mañana voy y
arreglo todo, dice el ladero. Quiere descansar? Pregunta obligada luego de
tanta amabilidad de su amigo. Puede ser, pero también me gustaría escuchar un
rato la radio. Inocencio trae su equipo, enciende la FM y dice que a esta hora
suele haber un programa con un locutor que se transa a las viejas al aire. Ese
es el que quiero escuchar, dice el Señor B.
Mientras
comparten choripanes y cervezas, el programa con éxitos del 70 los sorprende
con “Money”,
la insuperable obra de los Pink Floyd que escribió Roger Waters, y que al
grabarla fue modificada por David Gilmour y llevada a un compás de 7/4 que
refuerza un matiz bluseado y la convierte en una inolvidable ironía sobre el
dinero que corrompe todo. Quizá hasta los mismo creadores.
Obviamente
que en el contexto del programa este tema no adquiere ninguna relevancia. A tal
punto que el locutor corta la versión unos segundos antes de concluir para
anunciar que va a complacer a una oyente con “Do you think I´m Sexy”,
por Rod Stewart. “Ah, la que pidió el tema es Paula, la chica del Molino”. El
Señor B e Inocencio se miraron y fruncieron el seño. Paula sigue siendo un
enigma para ellos.
El señor B pide
otra canción de Rod Stewart, la balada “You're in my heart”. Paula contesta
desde el otro lado de la radio afirmando que le gusta mucho esa canción. Y que
comparte el gusto de quien la pidió. Entonces ella sugiere que del locutor haga
girar el disco “Lotta love”,
NIcolette Larson. “Sé que es un tema difícil de encontrar”, se disculpa Paula
al aire, a lo que el presentador responde, “no hay tema difícil de encontrar,
ni de hablar, ni de compartir para mí. Para ce que usted es una oyente nueva y
creo que de lujo para mi programa. Por supuesto que tenemos ese tema de la
chica que murió muy joven, a las 45 años…”. Y continúa hablando mientras
empieza a sonar aquel estupendo Rock, Pop mezcla de Rhythm and Blues que
escribió Neil Young y que marcó un debut torrencial para la intérprete que
jamás pudo igualar con otro éxito. El tema dice “Va a hacer falta mucho amor
para cambiar las cosas como son. Va a hacer falta mucho amor, o no vamos a
llegar muy lejos… Va a hacer falta mucho amor, para poder atravesar la noche… y
porque mi corazón no necesita estar solo”.
A esta
altura de la noche, cualquier bala perdida va derecho a incrustarse en el
corazón del Señor B. Hasta un caballo desbocado y furioso, ciego a mil galopes
por segundo, se detendría en seco frente al Señor B y permanecería allí manso y
tranquilo. Es obvio que Inocencio disfruta del programa, pero al Señor B la canción
le ha pegado en el ojo de las sensaciones. En el corazón de su sus ambiciones
de paz y tranquilidad a cualquier precio… Están los dos tipos acostados en la
misma habitación –la única de la casa se puede decir- escuchan la radio como
dos estudiantes secundarios de la década de los 70´, uno que se ha quedado a
dormir en la casa del otro. Escuchan los dos, pero uno de ellos sabe que hay
algo en el cielo que alumbra más que un relámpago en la noche oscura, que hay
más deseos en el náufrago que construir una balsa. La frase “va a hacer falta
mucho amor, porque mi corazón necesita protección”, le ha despejado la niebla
que le oculta la buena estrella, le ha hecho ver el grano de trigo que impide
que fluyan todos los manantiales de sus sentimientos.
El señor B
llama a la radio como quien llama a un ángel para ir a una fiesta. Le dice al
locutor que le encanta el programa. Le explica que disfrutó muchísimo con el
tema que difundió hace un instante. Y le sugiere que bueno estaría complacer el
deseo de continuar con la versión original de “Backer Street”, el tema del
recientemente fenecido Gerry Rafferty que habla de un muchacho que camina por
la calle de Sherlock Holmes destilando su iracundia en un mundo que le es
extraño. El presentador sabe que el programa viene bien con la participación de
la gente. Huele que hay algo en ese interés de los oyentes por aportar una
canción, de juntar su tema con el de otra persona. Dice al aire que los temas
“están bien elegidos”, mientras seguramente los busca en su computadora la obra
del músico británico británico que vendió ocho millones de álbumes, que fue
grabada por innumerables bandas de rock y orquestas de música clásica, que la
interpretaron hasta en Los Simpson, y que le permitió cobrar 100 mil libras
esterlinas al año por derecho de autor durante el resto de su vida que terminó hace
un par de veranos.
El Señor B
estaba tomando cerveza en la playa un martes cerca del mediodía cuando se
enteró que Rafferty había muerto. Leía el diario en su celular y allí se
encontró con la noticia. De inmediato tomó la cerveza y pidió un whisky a la
memoria del difunto. Esa canción lo había acompañado en innumerables noches y
madrugadas de su adolescencia, imaginando como sería el mundo y como tomarlo. O
evitarlo. O conquistarlo. Pero jamás padecerlo. Sin embargo el mundo da vueltas,
te lleva a pensar que lo conquistas, luego que lo padeces, después que puedes
evitarlo… y así. Los recuerdos saltan como la luz de las luciérnagas, de la
misma manera en que se desvanecen uno tras otro en la habitación. Ninguno
habla, lucen como si estuvieran tirados a la orilla del camino. En silencio.
Escuchan la radio, que parece que fuera la única que respira, y que respira por
ellos. Que piensa por ellos. Que habla y siente por ellos. Se les incrusta
entre el cuero cabelludo y el casco. Debajo de las yemas de los dedos, a uno y
otro lado de la columna. Están relajados sobre sus colchones. No sienten miedo
de nada, ni apuro ni obligación de ninguna índole. Vaya uno a saber que le ha
pasado. Si esas pastillas para perro, el whisky, la cerveza, los
antiinflamatorio, una conexión con alguien, inconsciente, pero están relajados
sobre sus colchones escuchando en la radio el tema que pidieron. La canción es muy
emocional e intimista, pero suda gotas de nihilismo. Está embebida de un fuerte
tufo existencialista. La hija de Gerry
Rafferty dijo que en el momento de componerla, leía el libro del escritor
inglés Colin Wilson. “Luz sobre tu cabeza y muerte en tus pies… esta ciudad
desierta de gente sin alma te hace sentir tan frío… y te está llevando tanto
tiempo descubrir en que te estás equivocando…
Decían que era tan fácil… un año más y serás feliz, sólo un año más y
serás feliz, pero todavía estás aquí llorando...”, le traduce El Señor B a su
anfitrión. Y no está muy equivocado, dice Inocencio.

Mientras El
Señor B duda en llamar a la radio para agradecer el tema, en enviar un saludo a
esa tal Paula que los tiene en vilo, o terminar de traducir la canción a su amigo, Inocencio acostado en el suelo
descubre otra botella de whisky debajo de la cama. No duda en abrirla y
convidar. Propone un brindis por todo lo mejor que podamos recordar de nuestras
vidas. Y a propósito, de qué se acuerda Ud. de su vida y de sus amigo -le dice
como al pasar. El señor B toma un sorbo gigante de whisky y dice que al igual
que Rafferty, siempre ha estado en crisis con los amigos y con los trabajos. Que
desgraciadamente muchos han tenido que lidiar con las mentiras del caso. Y que
es probable que sus amigos no estén en nada consagratorio o liberador. Lo más
probable es que se encuentren en pugna con alguna fantasía. Como lo hace uno.
Lo único serio y concreto que hay en el mundo es el poder.
Le parece?,
pregunta Inocencio. Mira, Todo lo que tienes, tarde o temprano acaba teniéndote
a vos. Acaba siendo tu dueño. Tienes un vicio que lo disfrutas. Luego te jode
la vida obedeciéndole. Tienes un hobby y tarde o temprano te pone a sacar
terribles créditos. Tienes un perro que amas. Y al final te conviertes en su
esclavo. Acaba siendo tu dueño. Tienes una chica que es bella y te hace feliz, hasta
que…
Alguien
golpea la puerta del patio con inusitada insistencia. Los perros no torean.
Quién podrá ser, voy a ver, dice Inocencio mientras se incorpora. Cuando
vuelve, aparece con la cara entre sorprendido y travieso. La que golpeaba era
ella, creo que una nueva pensionista por esta noche. Le presento a Katy, la
chica del bar.